Monday, January 19, 2009

libre tránsito



Ya agotado de caminar y ver vagamente mil quinientos objetos diferentes a través de un cristal que parecía recorrer toda una cuadra acompañada de una avenida de cuatro carriles (dos por dos) y diez edificios adornados con banderas en el techo de países cuyos habitantes leen y escriben en su mayoría y donde el tema de la política exterior hace siglos que se convirtió en licenciatura. Me dió sed, por lo que tuve que pararme en un pequeño supermercado a comprar algo que tomar, y como ya era medio día, aproveché y lo acompañé de un bocadillo. Ya con mis hierros en mano, pude ver el parque al frente, obviamente, luego de haber field-dado a los maleantes supersónicos, que en éste caso no eran más que cuatro chavales, quienes luego me enteré que escapaban del calor del verano tirándose sobre la grama a tomar fresco, y además, en esta ocasión, mirándo manuales que le ayudarían en aprobar un exámen para poder transitar en vehículos de motor en una ciudad que huele a tabáco, donde el sistema de transporte funciona tán bien como funciona el sistema tributario al dispersar carga fiscál sobre aquellos madrileños que prefieren la comodidad de dormir con un coche frente a la casa y no encontrar un parqueo al ir trabajo; querían transitar un vehículo que tal vez muchos médicos no hubiesen querido, un vehículo con un chásis que faltaría de soldaduras y cuya matrícula habría sido gestionada a través de un abogado cabrón que por nada en el mundo apartaría de su discurso un montón de palabras maldichas, o maldecidas.
Justo cruzo la calle me doy mi primer sorbo, porque fué lo primero que pude abrir. Mordí y bebí a unos metros de ellos, yo con mi cámara, ellos con sus folletos... ellos en la sombra y ahora yo también. Con la fiebre de turista, consideraba la interacción con locales algo esencial para conocer mejor la cultura del lugar que visitaba.
Oh Santa Maria, al poco tiempo ya sabía que no eran mejicanos sino españoles, y que tampoco repasaban historia ni geografía; no eran ratones dentro de sus bolsillos, ni eran tampoco cigarrillos.
-Y cómo es en tu país chaval...
Para éste instánte ya cada maleánte supersónico tiene identidad: un paranóico en sobrepeso, un padre con tatuajes, un inmaduro deportista y otro de los que rápidamente te olvidas. Yo era el turísta amigable que nada malo iba a buscar, mi mapa me respaldaba, mi cámara me complementaba. Como pan al queso y lata al zafacón entramos en conversaciones triviales, y al rato, de la misma manera como el razonamiento encuentra al cuestionamiento, entramos en dialética.
Aproveché y les conté del lugar de donde venía: un paraiso rodeado de agua donde no faltaban ritmos, cerveza ni buenas nalgas. Tres de ellos no habría ido nunca a una playa, uno de ellos, el padre con tatuajes, se habría acercado en dos ocasiones, y también habría visto un avión pasarle a diez mil pies de altura sobre la cabeza. Este tipo de experiencias obviamente le daban cierta ventaja sobre los demás, quienes a penas competían poniendo a prueba su resistencia ante once botellas de cerveza que se enfrentan en un ring contra cuatro chocolates y un montón de cicatrices en sus narices. Les dibujé un mapa del mundo sobre una hoja suelta, indicándo dónde se encontraba la República Dominicana, en ésta misma hoja (el índice del manual, si mal no recuerdo) fué dónde también el padre con tatuajes trataría de graficar el trayecto para llegar a una discoteca donde habían muchas latinas sabrosas y listas para aparearse, no fué la única vez que me refirieron a esos sitios. Días después, tomando agua debajo de una mesa con sombrilla me encontré con un venezolano viejo y perverso, que llevaba ya diez años barriéndo la entrada del restaurante de su hijo y que según me contó, dejó su negocio de la vida en Caracas huyéndole al cabrón aquél para entonces encontrarse un día con otro cara de latino y confesarle antes de acabado los primeros diez minutos que rapaba con unos ¨postrecitos¨ traídas de la misma tierra en un lugar donde pagabas veinte euros y entrabas a un residencial lleno de habitaciones con amigables puertas que solo habían que tocar para llegar a las estrellas. Fué también muy gentil en programar la cita para el martes siguiente, pero ésta es otra historia.
RINGGGGGG!!!!!!
Es mi teléfono celular el que suena. Una llamada del otro mundo!
-MIRA!! HA SACADO EL TELEFONO (ES UN AGENTE SECRETO!!) !!! (dijo el paranóico con sobrepeso, poniendo cara de cine cuando el volúmen sube a 30 decibeles para espántar al público).
-ESTE TIO SE PASA TODO EL DIA ASI, dice el padre con tatuajes.
-Ahora no puedo hablar, estoy lejos de casa y me costaría un grano terminar de saludarte, le decia al amigo que me llamába mientras a la vez le miraba la cara a cada supersónico, intentaba responder con coherencia a mi amigo del otro mundo y calculaba la tasa de del euro contra el peso.
-Ja ja ja, volvía a escuchar al padre con tatuajes, que parecía reirse de un chiste mientras se deslizan aces en un juego de póker.
-Puedes creerlo, ahora me pregunta el tipo de quién me olvidé.

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