Día de la independencia nacional.

De alguna manera por ahí anduvimos, revasando páncreas e intestinos disfrazados en tela y espejos de un brillo impresionante, también estuvieron los ritmos, que rompían contra nuestros pechos y que nos hicieron bailar sin tomar en cuenta el tiempo.
Nos acompañaban los bolsillos, y otros tres ¨combos¨ que preparaban un informe para la clase de ciencias sociales, ¨Expresión folklórica en RD¨. Nos separamos accidentalmente luego de que a uno de ellos se le ocurriera mirar de frente a los demás y sugerir que deberían preguntar al señor del sombrero y sudor espeso sobre la fecha de fundación de la iglesia de la calle Duarte y el natalicio de uno de los héroes locales, de quién luego se enteraron que fué muerto de dos balazos al preferir llevarse un secreto al infierno y no dejarlo en ésta vida junto a su pecueso, un secreto que para quien pagó por su lengua quedaría beneficiado de alguna manera siniestra; justo después del balbuceo de Armando, hijo de un profesor de bigotes y enunciamientos fuertes, el sonido de un látigo contra el pavimento le llegó al corazón, sacudiéndole cualquier sentimiento pegajoso asociado con algún recuerdo, todo fue euforia, adrenalina y miedo.

Ya bien distanciados del ¨grupo solidario¨ nos encontramos con Luis Manuel y Laura D., ellos llevaban mochilas, itinerarios y lenguas de color rojo y vino(sin ningún orden) quienes fueron muy buena compañía durante el resto del día. Al final los ritmos a penas nos alcanzaban, ahora ibamos entre los árboles, sobre la autopista, aún más confundidos y en dirección contraria.

La patria, coño, se está llendo abajo, mientras nosotros bailamos en el borde del abismo.